Los escritores siempre estamos reflexionando sobre el acto de escribir. Una idea que me vino de pronto a la cabeza el otro día mientras leía unos magníficos microcuentos sobre ese tema en el blog de Enrique Páez. Aunque el tratamiento era original, debo decir que no era la primera vez que leía ese tipo de ficción. Al contrario, son muchos los libros en los que el protagonista o algún otro personaje destacado suele ser un escritor.
En casi todos ellos, el escritor es un ser con una psicología particular. Es una persona normal, por supuesto, pero en su conducta hay siempre algo extraño que se atribuye y se justifica justamente en ese talento especial para la literatura que le hace vivir, en cierta forma, con unas reglas distintas a las de los demás. Sin embargo, esa peculiaridad del personaje no es algo característico, un determinado rasgo común que distinga a los escritores del resto de los mortales, sino que todos ellos tienen algo que hace que llamen la atención: Desde la simple extravagancia de la Sra. Oliver, la escritora de misterio creada por Agatha Christie, que se remueve el pelo y come manzanas compulsivamente, a auténticos zumbados como los personajes de Auster, que acostumbran a ceder al impulso de adoptar otra identidad y desaparecer. Nada que ver entre sí, si no es esa manera de olvidarse de lo que tienen delante y perderse en el mundo que tienen en la cabeza.
Además de eso, hay muchísimos autores que, además de sus obras de ficción, escriben libros sobre la propia literatura, ya sea haciendo crítica, ya sea dando consejos sobre técnica literaria, pero sobre todo reflexionando sobre el significado del arte y el oficio de escribir. Todos estos consejos y reflexiones tienen mucho en común. En el fondo, pese a todo lo que se ha dicho y lo que se pueda decir, la literatura tiene mucho de Perogrullo. Pero también tienen una gran diferencia: el diferente significado que para autor tiene el hecho de escribir.
Para unos es un Arte, así, con mayúscula, un acto de creación por medio de la palabra del que solo unos pocos elegidos son capaces. Para otros, es un mero oficio: una profesión para la que se pueden tener más o menos vocación y aptitud pero que se puede dominar a base de estudio y esfuerzo, como cualquier otra. Hay quien piensa que es un medio de expresión de ideas; hay quien piensa que es una forma de hacer salir los fantasmas que lleva dentro. Algunos dejan su mente vagar por un mundo onírico. Otros dedican todos sus esfuerzos a la demostración de una tesis. En fin, que hay tantas formas de ver la Literatura como escritores hay.
Por eso, cada vez que nos juntamos un grupo de personas que, en mayor o menor medida, se dedican a esto, terminamos hablando de lo que la Literatura significa para nosotros. Siempre sin ponernos de acuerdo, claro.
Eso mismo es lo que nos pasó a Vigo y a mí el otro día. Para él, escribir significa buscar la belleza. Sus esfuerzos literarios pasan por encontrar no solo la palabra más adecuada para cada concepto, sino también la más hermosa y sonora, de forma que el texto pueda ser leído en voz alta y consiga la atención absoluta del público. La tragedia del escritor, según él, está en saber que por mucho que se esfuerce nunca va a conseguir esa palabra perfecta y, como muestra de ello, el otro día me dejo en un comentario un poema de Cristina Orozco. Precioso, por cierto.
Podría decir que no estoy de acuerdo, pero no es cierto. Básicamente, porque estoy convencida de que en cuestiones literarias no se trata de buscar el consenso. Cada uno tiene su Verdad. Esa es la de Vigo, y no deja de tener razón. El fondo y la forma se entremezclan más de lo que parece, incluso llegan a ser inseparables. Pero, aunque la comprenda y la respete, no es mi Verdad, no es lo que yo busco en la Literatura.
Aunque soy peor oradora que escritora y esa noche no llegue siquiera a esbozarla, yo, como todos, también tengo una forma propia de concebir el acto de escribir. Para mí es como un camino de perfeccionamiento. Cuando escribo reflexiono sobre temas que a menudo ocupan mi imaginación pero sobre los que no tengo una idea clara porque parece que los vea a través de un caleidoscopio, llenos de facetas y colores siempre cambiantes. Al escribir, concreto esos aspectos, los fijo de alguna manera y eso me hace llegar a la comprensión.
Es cierto que también ambiciono la comprensión de los demás, crear una obra digna. Pero lo verdaderamente importante, para mí, es que esa obra refleje la idea, el sentimiento que yo tengo, de forma que yo la pueda ver. Todo lo demás, la estructura, la belleza del lenguaje, incluso la historia, no son más que los andamios que la soportan. Y su forma vendrá determinada por el fondo que sostienen. Tal vez por eso no me interesa tanto la obra en sí como el proceso de crearla. Eso es lo que hace sentirme realmente bien.
Para explicarme mejor, haré igual que Vigo. Dejará aquí un poema que creo expresa lo que quiero decir:
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
KONSTANTIN KAVAFIS