-Hay algo en la música de Vivaldi que la hace igual a un buen vino –dijo Gerardo, levantando su copa para que yo observara al trasluz el Hacienda Monasterio, reserva 2001, que antes había juzgado como el único caldo adecuado para acompañar el guisado de venado que se había empeñado en hacerme probar- Cuestión de matices. ¿Ves los ribetes azules que matizan el color rubí?
Yo lo miré con expresión embobada y solté el oportuno “¡Oh! ¡Siii…!”, como si hubiera entrado en éxtasis.
-Es porque tiene unos taninos redondos y suaves, que le dan una juventud longeva-continuó Gerardo, satisfecho, y me miró con aprobación, como si yo fuera una niña buena- No todos pueden apreciarlos. Por eso, aunque cualquiera nota su fragancia balsámica y fresca, hay que tener verdadero paladar para distinguir ese sabor frutal, con notas tostadas de la barrica, que persiste largamente en la boca.
Estuve en un tris de mandarlos a tomar por culo: a él, a los taninos y al paladar. Pero logré refrenar mi genio y cambiar de conversación preguntándole por su ex. Esa era su otra monomanía. También resultaba algo cargante, es verdad. Pero más fácil de manejar que todas esas pedanterías sobre la comida y la bebida que nunca había podido soportar. La verdad es que el vino estaba de cojones y el restaurante era de lo más agradable, pero para acabar con dolor de estómago casi prefería haber ido a un McDonalds. Me gusta comer bien tanto como a la que más, pero siempre he pensado que vale más comerse un bocata de tortilla en buena compañía que una langosta en un ambiente estirado y solemne como el de una catedral.
El resto de la noche fue bien. Aparte de esa manía de dejarse una pasta gansa en hacerse la ilusión de ser un gourmet, Gerardo era un tío encantador. Y guapo. Además, estaba en buena posición económica, que siempre es un punto. Eso le permitía tener detalles de esos que te hacen sentir mimada. Mismamente, haberme llevado a cenar a un restaurante tan caro. No es que yo fuera interesada, pero al fin y al cabo, eso quería decir que estaba dispuesto a hacer algo para conquistarme ¿no?
Tampoco era de los que agobian (otro punto a su favor), así que volví a mi casa sola y bastante contenta. Canturreé una canción mientras me ponía el pijama y todo fue bien hasta que, al vaciar mi bolso, un acto reflejo me hizo comprobar el móvil. La costumbre. Pero, una vez más, me sentí decepcionada al ver no había ningún mensaje ni ninguna llamada perdida. Pero no fue la decepción lo que hizo lanzarme boca abajo sobre mi cama, aferrando la almohada contra mi vientre como si fuera otra vez una adolescente. Yo ya sabía que no encontraría nada. ¿Por qué lo buscaba, entonces? Eso era lo que de verdad me desesperaba. Lo que hacía que volvieran a mí todas las agonías de la Virgen de los Siete Dolores.
Pero fue solo un momento. Enseguida me reconforte a mí misma, pensando en que ese día solo lo había hecho una vez. Era un avance. Suspiré hondo y me dí ánimos. Verás como a me poco se te pasará, me dije. Luego le di las gracias in mente a Gerardo. A pesar de aquel pequeño ramalazo de cursilería no había duda de que me había hecho olvidar por un momento. Ilusionada, pensé que quizá si siguiéramos adelante lo lograría completamente. Aunque una vocecita, en vano sofocada en el fondo de mi mente, me decía que, por más que me empeñara, no lo iba a conseguir.
sábado, 22 de septiembre de 2007
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4 comentarios:
Me gusta mucho tu relato; como siempre, logras mantener en vilo al lector hasta el final. Siempre vas a más.
Además narras las escenas de una manera tan visual y tan clara, que consigues que nos metamos de lleno en ellas.
A la hora de escribir pienso que tiene mérito convertir lo complicado en fácil y no convertir lo fácil en difícil.
Besillos. :D
HOLA,, GRACIAS POR TU COMENTARIO Y ME ALEGRO QUE MI CUENTO TE ALLA GUSTADO. UN BESITO GUAPA
Enhorabuena por tu post...
¡¡y por tu premio!!
Un besote.
Amiga...¡enhorabuena por tu premio!
Muy merecido, la verdad. Es difícil, muy difícil, elegir entre tanto bueno.
Un besazo. :D
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