jueves, 1 de marzo de 2007
LA MADAME
A cierta edad, toda mujer lleva dentro una madame. Te lo digo yo, que conozco el paño. Y es que llega un momento en que ya no está una para el descorche. Es demasiado cansado. Por bien que te conserves, hay que saber cuando retirarse. Lo mejor es dejar paso a la juventud y limitarse a atender solo a unos pocos clientes escogidos. Algún viejo amigo, o un joven encantador.
Hace poco conocí a uno. Su padre había hecho que le trajeran para que se espabilara de una vez. Dejó que desfilaran ante él todas las chicas de la casa sin decidirse por ninguna. Yo volví a recomendarle a Yvette, que seguía sentada a su lado, sin meterle prisa. Era la mejor para estos casos. Él me sostuvo la mirada. Me di cuenta de que no era timidez lo que le impedía elegir.
Despedí a las chicas y lo lleve a mi salita. Él me dijo que la belleza era muy relativa. Al final, se acostó con Yvette. Ahora vive en un apartamento cerca de la Universidad. Yo voy a verle al menos una vez al mes. Los vecinos creen que soy su madre, que vengo del pueblo a llenarle la nevera y cuidar que el apartamento no se convierta en una cuadra. Es lo mejor. Yo tengo una reputación que cuidar.
En mi casa, nunca ha habido chulos. Y sigue sin haberlos. Pero eso no quiere decir que yo tenga que privarme de ver la sonrisa tan encantadora que pone mi hijo cuando al fin duerme, satisfecho.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me ha encantado este relato, de verdad. Tiene mucha enjundia...
Publicar un comentario