jueves, 18 de octubre de 2007

INCOMPATIBILIDAD LABORAL




-Al final, voy a tener que presentar una reclamación en forma –se lamentaba Antoine, mientras recortaba con cuidado el pelo de la nuca para darle la forma redondeada que estaba de moda. A la señora Angustias, a pesar de que ya había cumplido los setenta, le gustaba ir a la última.

-¡Anda, anda, Antoine! –contestó ella, con deje de fastidio- ¡Déjate de tonterías! Lo que tienes que hacer es modernizarte y dejarte de rollos de ésos que a ti ni te van ni te vienen. ¿Por qué no te apuntas a un cursillo de éstos que hacen ahora en las peluquerías buenas? Verías como entonces te mejoraban las cosas.

La señora Angustias era una de sus clientes más antiguas. Había empezado a venir por la peluquería cuando aún vivía su madre. Por eso Antoine le toleraba esas palabras. ¡Modernizarse él! Pero si era un peluquero estupendo.

-Ya me gustaría, señora Angustias –dijo, mordiéndose la lengua para no mandarla a la mierda- Pero es que, con todo este lío, no tengo tiempo de nada. Ya ve usted que muchos días no puedo ni abrir la peluquería. Por eso tendrían que pagarme algo, digo yo… Al fin y al cabo, es un trabajo. Y no es que no quiera hacerlo, yo estoy dispuesto a lo que sea, pero es que no llego a fin de mes.

Mientras hablaba, Antoine maniobraba con el espejo de mano para que ella pudiera verse por detrás, pero por el reflejo del grande veía como la señora Angustias estaba más atenta a su expresión que al peinado. Sus ojos incrédulos empezaron a ponerle nervioso. Ella, sin darse cuenta, cruzó las manos en el regazo, con aire de paciencia:

-Pero, vamos a ver, ¡hombre de Dios!, ¿qué es lo que tienes que hacer tú, que te da tanto trabajo?

-¡Pues muchas cosas, señora Angustias! Cuando no viene el portaaviones y tengo que ir a recibir instrucciones, es el supervisor el que me visita para que le de informes. Además, tengo que ir a hacer las misiones que me mandan. ¡Son muchas cosas! ¡Usted no se hace cargo! ¡Nadie se hace cargo! –Antoine, ya visiblemente alterado, desprendió el velcro que sujetaba la bata de la señora Angustias de un tirón tan fuerte que sin querer hizo caer sobre la falda de ella la cestita llena de rulos y el secador que estaban en la repisa bajo el espejo. La señora Angustias no pudo evitar un respingo, sobresaltada. Al notarlo, Antoine intentó controlarse- ¡Huy! Perdone, señora Angustias –dijo, recogiéndolo todo rápidamente y alcanzándole el bolso con amabilidad.

-No pasa nada, hijo –dijo ella, con voz temblorosa y ojos como platos. Sonriendo sin ganas, se levantó y se preparó para irse. De pronto, le había entrado mucha prisa y ya no tenía ganas de conversación. Él dio ganas al cielo. Todavía estaba nervioso y le había entrado uno de aquellos molestos sudores que le daban de vez en cuando. Se lo secó con disimulo mientras le cobraba (esperaba que ella no lo notara, un peluquero tiene que dar imagen de limpieza), pero cuando le preguntó si le reservaba hora para la semana siguiente, la señora Angustias se excusó: Iba a irse unos días de viaje a casa de su hermana, dijo.

Antoine no la creyó, aunque fingió hacerlo. Era como todas las demás. No les gustaba tener un peluquero que además fuera espía. Por esa razón se estaba quedando sin clientela. Y por eso quería que le pagaran, no por otra cosa, dijo. “Pero tú sabes que eso es lo de menos -le contestó el supervisor desde detrás del espejo. Siempre llegaba así, a través de los rayos proyectados por el satélite que confluían en la antena parabólica disimulada en el antiguo secador de pie que estaba en una esquina –Lo que importa es que defendamos nuestra forma de vida frente a las fuerzas del mal…”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno.

Francisco García dijo...

A ver si echo un vistazo a "tus apuntes", que me pica la curiosidad...
Un besote.

"el rudo" dijo...

Si los peluqueros-espias o normales-hablasen... huy, huuuuy...
Te leo aunque no deje comentarios. Besos.

poetabululu dijo...

Muy bueno, Frida, muy bueno, ja, ja, ja...
Me encanta lo clarito que escribes; da gusto leerte, hija.
Un besillo