miércoles, 11 de julio de 2007

TRES ES MULTITUD



Nada había sido lo mismo entre los dos desde que Él había llegado. Hasta entonces habían sido felices. Ahora se daba cuenta.

Antes ni siquiera lo había pensado. Nunca, en los siete años que llevaban juntos, se había detenido a reflexionar. Desde que la conoció en aquella discoteca se había limitado a aceptar su adoración como algo natural.

Normal. Ella era tan dulce y dócil que la mayoría de los tíos la encontraban una sosa. Pero a él le gustaba. “Te acompaño a casa”, dijo él cuando se cansó de bailar, aunque aún era temprano. “Bueno”, contestó ella obediente. Desde ese día, nunca le negó nada. Él siguió haciendo su vida, a su aire, incluyendo los paseos con ella en su agenda como parte de su papel de novio.

“Estoy harto de tener que follar en el coche –dijo él un día- ¿Porqué no nos casamos de una vez?” “Bueno” dijo ella asintiendo con una risita tímida, como hacía siempre. Normal. Al fin y al cabo, todas sus amigas lo habían hecho ya o estaban a punto de hacerlo. Y ellos ya llevaban cinco años de relaciones.

No se arrepintió: Los primeros tiempos de su vida matrimonial fueron como una luna de miel perfecta. Al llegar del trabajo, siempre encontraba la casa limpia y una cerveza en la nevera. Y ella estaba ya arreglada, lista para hacer lo que él quisiera. Y así podría haber seguido para siempre, si no hubiera aparecido Él.

Nunca se lo hubiera imaginado. Al contrario. Rió para sí mismo al recordar lo contento que se había puesto cuando ella le dijo que estaba embarazada. Normal. Hubiera sido extraño que un hombre como él no tuviera hijos. Pero pronto empezaron los incordios.

Que si mareos matutinos, que si visitas al ginecólogo, que si acompañarla a pasear. Además, hasta su madre, que siempre la había tratado con frialdad (su padre y él se descojonaban viéndolas preparar la cena, la nuera sudorosa y arrebolada tratando de hacer una tortilla bajo la estricta supervisión de la suegra), se alió con ella y entre las dos le obligaron a pintar el cuarto pequeño de azul celeste. “Es por su estado hombre, tienes que tener paciencia”, le decía todo el mundo.

Pero después fue peor. Meses y meses sin echar un mísero quiqui. Y además, los biberones, los pañales, los juguetitos por todas partes. No había forma de comer a la hora y su propia ropa se amontonaba encima de las sillas, sin que a ella pareciera importarle en lo más mínimo el olor a leche agria que flotaba por toda la casa. Solo se preocupaba de su bebé.

Y para colmo, aquel llanto incesante noche y día. Sobre todo, de noche. Era para volverse loco. La única forma de estar un poco tranquilo era quedarse en el bar a jugar una partida con los amigos. Pero, por primera vez, ella protestó. De pronto, empezó a quejarse de que no la ayudaba en nada. Se puso tan pesada que no tuvo más remedio que sentarle la mano. Después se había largado. No le gustaban esas broncas. De eso hacía ya tres días y no había vuelto a casa hasta hoy.

La echaba de menos. Aunque se había hartado de follar en el puticlub, no era lo mismo. Además, que a él no le gustaba esa vida. Le gustaba levantarse por la mañana en su cama, tener el desayuno a punto y la ropa bien planchada. Lo normal. Por eso había vuelto.

Ella no se había atrevido a abrir el pico, aunque se notaba que la muy estúpida seguía enfadada. Suerte que venía tranquilo, que si no la hubiera hinchado a hostias. Pero prefería arreglar las cosas por las buenas. Al menos, ella parecía haber aprendido algo. Por lo menos había hecho la cena a su hora.

Pero después, por más que él la había llamado, no había querido venir a acostarse en la cama, con él. Había puesto unas sábanas en el sofá y solo había entrado en la habitación para coger el cuco donde el sonrosado monstruíto dormía con su chupete antihipo azul celeste. “!Déjalo ahí!”, ordenó él con voz tajante. Ya lo había decidido. Luego, para no liarla antes de tiempo, la convenció poniendo una voz rara, suave: “¿No querías que te ayudara? Pues ya te avisare yo cuando se despierte para el biberón. A ver si así duermes un poco y te tranquilizas”

Ella puso unos ojos como platos y abrió la boca para decir algo, pero al encontrarse sus ojos se lo pensó mejor y se largó al sofá, sin rechistar. Él se dio media vuelta en la cama y se pudo a observar al bebé que dormía plácidamente. Él tenía la culpa de todo.

En silencio, esperó a oír la respiración suave de su mujer antes de sacar la navaja del bolsillo. Aquel pequeño hijo de puta no volvería a llorar más.

3 comentarios:

Francisco García dijo...

¡Qué fuerte Frida! ¡Y qué historia tan posible!
En mi opinión, un hombre caprichoso y mimado, e irresponsable de una vida que ha elegido él mismo (su participación directa en la existencia de Él); y una mujer presa de su sencillez y naturalidad que, con el tiempo, se enfrenta a la falta de atención de su marido y padre de su hijo.
Tengo que reconocer que este artículo, más que una historia, es un hecho real, que se repite en todo el mundo a diario.
Enhorabuena por hacernos reflexionar sobre ello con "Tres es multitud".

Anónimo dijo...

Por Dios, me he estado "ahogando" en tu relato, tenía una sensación de opresión increible. Totalmente creible. Y por desgracia, verosimil.
Muy bien, Gloria.

poetabululu dijo...

Inquietante, inquietante... Me gusta el ritmo que le has marcado al relato, y la manera tan fácil y visual de contar algo tan difícil y complicado de digerir como es el tema de la violencia doméstica.
Enhorabuena, Frida.
Besito.