jueves, 5 de abril de 2007

EL SALÓN DE LOS ESPEJOS



La herencia genética es como el Salón de los Espejos. Al mirar detenidamente a tus parientes ves retazos de ti que a veces te hacen reír, a veces te hacen llorar y a veces te dan verdadero terror.

No sólo es la nariz de patata de la tía Flora, con esas mismas redondeces que asoman cada mañana al lavarte los dientes. Ni la celulitis de la tía Encarnación, que en sus fotos juveniles, cuando aún se ponía bañador, tiene unas piernas sorprendentemente iguales a las tuyas. Eso es algo que todo el mundo se atreve a comentar.

Pero esa envidia latente en cada comentario de la prima Mariví, esa maldad profunda en los ojos de tu propia hermana… Eso es lo que da verdadero pánico. Porque sabes que, aunque no lo veas, también está dentro de ti, como una fiera agazapada, dispuesta a saltar al menor descuido. Al fin y al cabo, está en tus genes.

Por eso, a veces, cuando entras en el Salón de los Espejos y te das cuenta de que nunca podrás huir de la nariz de patata, ni de la celulitis, ni de los restantes rasgos deformes que sabes son los tuyos, sólo consigues salir arrastrándote. Y ya no quieres volver a entrar, por si acaso se cumple tu peor pesadilla:

Quedarte siempre allí.

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