jueves, 20 de marzo de 2008

Astenia primaveral

"Perdido en mi habitación, sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo..." Esa vieja canción es la que más se ajusta a mi estado de ánimo en estos momentos. Los días pasan uno tras otro, todos iguales, y al final me voy a la cama sin haber aprendido nada nuevo.

Supongo que pasará, como todo, pero mientras tanto un vacío se va creando a mi alrededor. Las fechas son cómplices de mi desgana y mi calle, que normalmente es un hervidero de coches, cada vez está más solitaria, porque todo el mundo se ha ido a pasar unos días fuera. Se diría que este silencio desacostumbrado debería servir para que las palabras surgieran de mi mente con más facilidad que nunca, pero es todo lo contrario. Lo que hace es contribuir a esta engañosa sensación de estar fuera del tiempo y el espacio.

Se pasa uno la vida deseando estar libre de compromisos para hacer lo que verdaderamente desea y, cuando llega uno de esos momentos en los que nada te reclama te encuentras con que lo que verdaderamente deseas es estar tumbado, leyendo novelas policíacas sin pensar en nada. En fin. Todo tiene su momento, ¿no? Supongo que el vacío también es necesario. Aunque espero que sea de poca duración.

lunes, 10 de marzo de 2008

CELEBRACIÓN

Hay un español que quiere

vivir, y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza.


















La vida empieza de nuevo todos los días. Y justo cuando alguien moría de una forma absurda, de la que es mejor no hablar para no entrar en un juego indeseable, nacían muchos otros que algún día ocuparán nuestro lugar. Entre ellos, mi primer sobrino-nieto, Adrián, un niño precioso, de dedos largos y pelo rubio.



Al ver a su madre en el hospital, cuando fui a verle, me acordé de mí misma cuando nació mi primer hijo, que ayer mismo (solo dos días después de nacer Adrián) cumplió 23 años. Ha pasado toda una vida pero aún recuerdo que, cuando le acaricié la carita, mientras él me miraba fijamente con los ojos muy abiertos, todo mi cuerpo vibró. ¡Mi niño! Era tan pequeñito... ¡¡¡Y ahora es enorme!!! La gran prueba del paso del tiempo.



Los cambios que vemos en el espejo, lo mismo que los que se producen a nuestro alrededor, en la geografía urbana y en los acontecimientos sociales, son tan paulatinos que apenas los notamos. Por eso a menudo creemos que, aunque con algo de barriguita, en el fondo seguimos siendo unos jóvenes rebeldes; pero cuando nos encontramos llamando "los niños" a unos tíos como castillos nos damos cuenta de que el futuro ya está aquí. Al menos, algunos. Porque otros siguen sin caer del guindo.

Las cosas son siempre iguales. Algo cambia para que nada cambie. Y hay que asumir ese cambio que nos hace permanecer. Las modas son otras, los gustos son otros, las metrópolis se desplazan, la vida se descubre otra vez. Y es una tontería decir que las nuevas costumbres son sólo "cosas de niños". Las "cosas de niños" son el futuro.

Hace veinte o treinta años era impensable que una señora de 40-50 años llevara tejanos. Hoy en día es lo normal. Y eso tiene una explicación muy sencilla: esas señoras de hoy eran las jovencitas progres de entonces y, como es lógico, siguen vistiendo como han vestido toda su vida. Lo absurdo es que empezaran a vestirse como lo hacían sus madres. De manera que lo normal es que dentro de veinte o treinta años los cincuentones lleven piercings y tatuajes como lo más normal del mundo y eso no será ningún símbolo de modernidad.

Algo tan evidente no parece ser comprendido por todo el mundo. Todavía hay muchas voces que se niegan a aceptar lo evidente y se empeñan en mantener que los criterios de otra época -la suya- son los correctos.

Me refiero a la polémica suscitada con la elección del Chiki-chiki para Eurovisión. Tengo que decir que solo por ver la cara que se le ha quedado a Uribarri ya ha merecido la pena. ¿Pero todavía no se ha dado cuenta ese señor de que ya no estamos en los años 60?

Hoy en día ningún cantante que se precie, al menos en los países del oeste de Europa, querría ir a Eurovisión. Todos están concentrados en acceder al mercado americano, que es tanto como decir universal. Y las promociones se hacen por video-clips y grandes giras, no en festivales. Por eso, todas las canciones que se presentaban eran bastante malas, para que nos vamos a engañar. Además, está la tan cacareada ampliación a los países del este (estos sí que deben estar como nosotros en los 60), que ya sabemos que se votan entre ellos, lo que me parece normal porque tienen una estética más parecida. También nosotros le votamos siempre a los ingleses y a los franceses. Incluso a los portugueses.

Entonces, ¿a qué viene eso de ponerse tan serios, cómo si estuviéramos tratando de algo trascendental? "Hay que elegir la mejor voz, la mejor puesta en escena, etc, etc" Vamos a ver, señores expertos, si hace treinta años que seguimos esos criterios, impuestos por ustedes, y no ganamos... Por algo será, ¿no?... ¿No se dan cuenta de que se están quedando un poco pasados de moda? ¿No se dan cuenta de que todo el mundo a su alrededor es un niño?

Bueno, pues ahora tampoco vamos a ganar. Entre otras cosas porque ni los turcos, ni los serbios, ni los ucranianos, ni etc, etc, van a entender nada, pero al menos, ¡nos reiremos!

En fin, ¿para qué seguir? En realidad, es una tontería. Pero estoy satisfecha con el resultado de las votaciones de este fin de semana. Porque, aunque sigue habiendo dos Españas, parece ser que la que de momento sigue llevando el timón es la España alegre, con sentido del humor. La que tiene ganas de cambiar las cosas para mejor.

Así que vamos a ser optimistas y a soñar que a Adrián, a lo mejor, nadie le helará el corazón.

lunes, 3 de marzo de 2008

ITACA



Los escritores siempre estamos reflexionando sobre el acto de escribir. Una idea que me vino de pronto a la cabeza el otro día mientras leía unos magníficos microcuentos sobre ese tema en el blog de Enrique Páez. Aunque el tratamiento era original, debo decir que no era la primera vez que leía ese tipo de ficción. Al contrario, son muchos los libros en los que el protagonista o algún otro personaje destacado suele ser un escritor.



En casi todos ellos, el escritor es un ser con una psicología particular. Es una persona normal, por supuesto, pero en su conducta hay siempre algo extraño que se atribuye y se justifica justamente en ese talento especial para la literatura que le hace vivir, en cierta forma, con unas reglas distintas a las de los demás. Sin embargo, esa peculiaridad del personaje no es algo característico, un determinado rasgo común que distinga a los escritores del resto de los mortales, sino que todos ellos tienen algo que hace que llamen la atención: Desde la simple extravagancia de la Sra. Oliver, la escritora de misterio creada por Agatha Christie, que se remueve el pelo y come manzanas compulsivamente, a auténticos zumbados como los personajes de Auster, que acostumbran a ceder al impulso de adoptar otra identidad y desaparecer. Nada que ver entre sí, si no es esa manera de olvidarse de lo que tienen delante y perderse en el mundo que tienen en la cabeza.

Además de eso, hay muchísimos autores que, además de sus obras de ficción, escriben libros sobre la propia literatura, ya sea haciendo crítica, ya sea dando consejos sobre técnica literaria, pero sobre todo reflexionando sobre el significado del arte y el oficio de escribir. Todos estos consejos y reflexiones tienen mucho en común. En el fondo, pese a todo lo que se ha dicho y lo que se pueda decir, la literatura tiene mucho de Perogrullo. Pero también tienen una gran diferencia: el diferente significado que para autor tiene el hecho de escribir.

Para unos es un Arte, así, con mayúscula, un acto de creación por medio de la palabra del que solo unos pocos elegidos son capaces. Para otros, es un mero oficio: una profesión para la que se pueden tener más o menos vocación y aptitud pero que se puede dominar a base de estudio y esfuerzo, como cualquier otra. Hay quien piensa que es un medio de expresión de ideas; hay quien piensa que es una forma de hacer salir los fantasmas que lleva dentro. Algunos dejan su mente vagar por un mundo onírico. Otros dedican todos sus esfuerzos a la demostración de una tesis. En fin, que hay tantas formas de ver la Literatura como escritores hay.


Por eso, cada vez que nos juntamos un grupo de personas que, en mayor o menor medida, se dedican a esto, terminamos hablando de lo que la Literatura significa para nosotros. Siempre sin ponernos de acuerdo, claro.

Eso mismo es lo que nos pasó a Vigo y a mí el otro día. Para él, escribir significa buscar la belleza. Sus esfuerzos literarios pasan por encontrar no solo la palabra más adecuada para cada concepto, sino también la más hermosa y sonora, de forma que el texto pueda ser leído en voz alta y consiga la atención absoluta del público. La tragedia del escritor, según él, está en saber que por mucho que se esfuerce nunca va a conseguir esa palabra perfecta y, como muestra de ello, el otro día me dejo en un comentario un poema de Cristina Orozco. Precioso, por cierto.

Podría decir que no estoy de acuerdo, pero no es cierto. Básicamente, porque estoy convencida de que en cuestiones literarias no se trata de buscar el consenso. Cada uno tiene su Verdad. Esa es la de Vigo, y no deja de tener razón. El fondo y la forma se entremezclan más de lo que parece, incluso llegan a ser inseparables. Pero, aunque la comprenda y la respete, no es mi Verdad, no es lo que yo busco en la Literatura.

Aunque soy peor oradora que escritora y esa noche no llegue siquiera a esbozarla, yo, como todos, también tengo una forma propia de concebir el acto de escribir. Para mí es como un camino de perfeccionamiento. Cuando escribo reflexiono sobre temas que a menudo ocupan mi imaginación pero sobre los que no tengo una idea clara porque parece que los vea a través de un caleidoscopio, llenos de facetas y colores siempre cambiantes. Al escribir, concreto esos aspectos, los fijo de alguna manera y eso me hace llegar a la comprensión.

Es cierto que también ambiciono la comprensión de los demás, crear una obra digna. Pero lo verdaderamente importante, para mí, es que esa obra refleje la idea, el sentimiento que yo tengo, de forma que yo la pueda ver. Todo lo demás, la estructura, la belleza del lenguaje, incluso la historia, no son más que los andamios que la soportan. Y su forma vendrá determinada por el fondo que sostienen. Tal vez por eso no me interesa tanto la obra en sí como el proceso de crearla. Eso es lo que hace sentirme realmente bien.

Para explicarme mejor, haré igual que Vigo. Dejará aquí un poema que creo expresa lo que quiero decir:



Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Posidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.





Debes rogar que el viaje sea largo,

que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente,

a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías:

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

y perfumes placenteros de mil clases.

Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.




Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:



Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.



KONSTANTIN KAVAFIS