martes, 1 de abril de 2008

La profecía

Moncho Alpuente y los Kwais han demostrado ser mejores videntes que Aramís Fuster, Octavio Aceves o cualquier otro de los que mercantilizan su don en las pantallas televisivas a altas horas de la madrugada. Casi treinta años después de que ellos anunciaran "iremos con la basca a la corte monegasca", Pedro Almodóvar y sus chicas, consagrados supervivientes de la "movida madrileña", se lo han pasado pipa alternando con la crême de la aristocracia bullanguera europea en el famoso Baile de la Rosa, presidido por la ínclita Carolina y su ambiguo hermano Alberto.

Según declaró el propio Almodovar, maravillado, fue la familia Grimaldi la que graciosamente se adaptó al cutre-lux, y no al revés. No comprendo el porqué de tanta maravilla. Dejando de lado que Mario Vaquerizo no es el único que parece un vampiro con smoking (Karl Lagerfeld también se las trae y lleva mucho tiempo asistiendo a ese baile) y que probablemente no es la primera vez que Alberto está al lado de un travesti, las casas reinantes -sobre todo, cuando quieren seguir reinando- siempre han sido pioneras en esto de integrar en sus cortes a los villanos que destacan de la plebe. A este propósito, recuerdo una anécdota de no sé que rey (Alfonso XII o Alfonso XIII) que un día invitó a comer en Palacio a un campesino. Cuando sirvieron la fruta, dejaron al lado de cada plato un pequeño bol lleno de agua con limón y el campesino, que en su vida había visto un lavadedos, lo cogió y se la bebió. Todos los cortesanos presentes se quedaron helados ante tamaña incorrección pero el Rey, haciendo gala de gentileza y afabilidad, se la bebió también para que el campesino no se avergonzara de la metedura de pata.

Bueno, no sé que habría hecho el campesino en cuestión, pero seguro que los dos Oscars (entre otros muchos premios) conseguidos por Pedro han tenido mucho que ver en la sorprendente y "divertida" elección principesca. Además de prestigio, tanto galardón ha debido proporcionarle al manchego muchos beneficios, aunque sea de forma indirecta, y para un pequeño país que entre otros atractivos cuenta el de proporcionar un excelente régimen fiscal a los nuevos ricos y una excelente ocasión de codearse con las estrellas del momento a los ricos de siempre, con el ulterior fin de que unos y otros se dejen la pasta en el Casino, en el Beach Club o en otros negocios de hostelería controlados por la familia Grimaldi, contar con la presencia o incluso la residencia de un genio de nuestro tiempo como Almodóvar merece que su emblemática princesa Carolina se ponga un vestido con transparencias hasta la rodilla y aguante estoicamente que Ernesto de Hannover no quite los ojos de las tetas de Alaska en toda lo noche. Más duro de tragar debió ser el paseíto que se dio ella sola hasta la Catedral de la Almudena.

http://www.mediafire.com/?5dzdimzlg1s

1 comentario:

letras de arena dijo...

Me llamó mucho la atención ver a toda esta panda junta. Resulta chocante el contraste.
Buen artículo.
Un saludo.